lunes, 7 de julio de 2014

El héroe y los caminos: salvo que tu te rindas, la vida siempre te abre puertas


En otro post de esta serie me refería al nacimiento de un nuevo ser como una experiencia luminosa, un éxito del universo en su afán por replicar el milagro de la vida y renovar las esperanzas de futuro de todos. También hablaba de cómo a través de la genética y la socialización primaria se traspasan estructuras mentales por medio de los miedos, los deseos, las intenciones de la memoria del clan y de cómo, en mucha ocasiones, con la ayuda de las neuronas espejo, se forman cuerpos inmateriales, que en un ejercicio de narcisismo obsesivo, copian la mentalidad de los progenitores y colonizan la individuación de la siguiente generación.

En el viaje heroico, que todas las personas hacemos en este viaje vital, en pos de la realización, resulta pieza clave tomar conciencia del árbol de la vida y las instrucciones de super-yo que envía a nuestro inconsciente individual. Abrir consciencia evita que el árbol genealógico se apodere del inconsciente individual y lo someta a la tiranía de las repeticiones inconscientes.

Ahora quiero volver al principio de este planteamiento: nacer a la vida es una experiencia milagrosa, la consciencia de estar vivo implica una combinatoria de elementos físico-químicos tan elevada que desborda cualquier casualidad. Es una experiencia inexplicable, mágica e irrepetible, en el fondo de todas las conciencias individuales late ese impulso gozoso de la vida por expandirse y explorar sus límites. Todos nacemos a través de una familia pero nuestro ser, nuestra conciencia de estar vivos tiene cualidades de excelencia, que no se agotan, ni son rehén de ningún clan.





El inconsciente colectivo replica, con la misma insistencia que el árbol, vías de crecimiento, arquetipos que nos remiten a esa fuerza vital iniciática de estar vivos y de confianza en que, los retos y avatares de la existencia, son aliados que colaboran en ampliar nuestra experiencia vital. El héroe que todos llevamos dentro puede sentir miedo, que el miedo es un delirio libre, pero eso no puede hacernos cobardes. Entre actuar y no-actuar siempre es mejor actuar porque de esa experiencia se abrirán nuevos aprendizajes.


 Cuando el árbol coloniza el super-yo, el dios interior se esfuma, se esconde en los dobladillos de las imposturas de un ego, que trata de compensar a nuestro escuálido yo de las frustraciones que suponen los bloqueos a su realización pero, salvo que te rindas, la vida siempre ofrece caminos de esperanza.





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