En otro post de esta serie me refería al nacimiento
de un nuevo ser como una experiencia luminosa, un éxito del universo en su afán por replicar el milagro de la vida y renovar
las esperanzas de futuro de todos. También hablaba de cómo a través de la
genética y la socialización primaria se traspasan estructuras mentales por
medio de los miedos, los deseos, las intenciones de la memoria del clan y de cómo, en mucha ocasiones, con la ayuda de las
neuronas espejo, se forman cuerpos inmateriales, que en un ejercicio de narcisismo obsesivo, copian la
mentalidad de los progenitores y colonizan
la individuación de la siguiente generación.
En
el viaje heroico, que todas las personas hacemos en este viaje vital, en pos de
la realización, resulta pieza clave tomar conciencia del árbol de la vida y las
instrucciones de super-yo que envía a
nuestro inconsciente individual. Abrir consciencia evita que el árbol
genealógico se apodere del inconsciente individual y lo someta a la tiranía de
las repeticiones inconscientes.
Ahora
quiero volver al principio de este planteamiento: nacer a la vida es una
experiencia milagrosa, la consciencia de estar vivo implica una combinatoria de
elementos físico-químicos tan elevada que desborda cualquier casualidad. Es una
experiencia inexplicable, mágica e irrepetible, en el fondo de todas las
conciencias individuales late ese impulso gozoso de la vida por expandirse y
explorar sus límites. Todos nacemos a través de una familia pero nuestro ser, nuestra conciencia de estar vivos tiene cualidades
de excelencia, que no se agotan, ni son rehén de ningún clan.
El
inconsciente colectivo replica, con la
misma insistencia que el árbol, vías de crecimiento, arquetipos que nos
remiten a esa fuerza vital iniciática de estar vivos y de confianza en que, los
retos y avatares de la existencia, son aliados que colaboran en ampliar nuestra
experiencia vital. El héroe que todos llevamos dentro puede sentir miedo, que el miedo es un delirio libre, pero eso no puede hacernos cobardes. Entre
actuar y no-actuar siempre es mejor actuar porque de esa experiencia se abrirán
nuevos aprendizajes.
Cuando el
árbol coloniza el super-yo, el dios interior se esfuma, se esconde en los
dobladillos de las imposturas de un ego,
que trata de compensar a nuestro escuálido
yo de las frustraciones que suponen los bloqueos a su realización pero, salvo que te rindas, la vida siempre ofrece
caminos de esperanza.
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