Llega el 8 DE MARZO… de 2014!!!
Los tiempos cambian de estructura y de paradigma, pero
la equiparación de géneros parece una asignatura pendiente, casi estancada,
cuando no obstruida. Pareciera que la tensión sexual se haya confundido en las
dinámicas del género, que se haya extraviado en las formas buscando el fondo, pudriendo
con ello muy hermosas sinergias.
El machismo se mantiene en forma y, para que goce de
tan buena salud, a mí se me hace que es imprescindible la colaboración femenina:
como hubo judíos colaborando con nazis, o empleados bancarios seducidos por
preferentes perpetuas, o capataces
negros en plantaciones de esclavos: ¡No hay mejor cuña que la de la propia
madera!
El hombre ha sido muy
cruel con las mujeres desde hace siglos y lo extraño es que ha sido así porque
tienen un profundo complejo de
inferioridad al compararse, porque sabe que la naturaleza y el futuro, depende de la mujer, y no de él. Nos basta con decir SI o NO, y el futuro es una elección nuestra. El
descubrimiento de una relación de causalidad entre el sexo y la reproducción,
en la que él no tiene el control, le hizo temer, le generó rabia y miedo, que desembocó en la
estructura de poder, por control de la propiedad, actual; en el que el recurso a la violencia física o moral contra ella,
para establecer el dominio y asegurar la
reproducción de sus genes, usó tácticas como “la expulsión del clan” [i]
La profesora Sanday[ii]
argumenta que la dominación masculina no es inherente a las relaciones
humanas, sino una salida ante distintas tensiones; los mecanismos y comportamientos que instituyen la dominación masculina, derivan en parte de antiguos conceptos de poder, que determinan la adaptación de las
personas a su entorno, el conflicto social y el estrés emocional. En las
guerras, la violencia sexual hacia las mujeres es la prolongación más cruel de
la ira y la venganza. Nuestro cuerpo es el campo de batalla de egos ciegos y
enfermos que minan la socialización saludable de las generaciones siguientes, desestructuran
la vida de la comunidad, su cultura y su sentido de generar y hacer florecer futuros.
La dinámica de las relaciones sociales es
tan rápida que no evoluciona a la par el
inconsciente colectivo, vivimos en una sociedad que reconoce una igualdad
formal legal, pero la disfunción entre las etiquetas o estereotipos, que se han
asimilado, y la realidad no es
fácilmente consciente. Los cambios estructurales son muy profundos, pero no lo
han hecho los estereotipos que vienen heredados de una sociedad decimonónica,
mezclada con genes árabes y con una estructura
doctrinal católica; ortodoxa y expresiva en lo formal y externo, y laxa en el ámbito
privado.
Las personas incorporamos
visión de género y sus estereotipos en fases muy tempranas, entre 1 y 3 años de
edad, en un proceso de identificación inconsciente con las figuras a imitar —la
madre y el padre- que son objetos idealizados porque tienen el control. En la medida en que los estereotipos no se hacen conscientes, forman parte de la
identidad y de la actitud básica de las personas. Si no son cuestionados se garantiza la reproducción del sistema
patriarcal, su escala de valores y distribución del poder. Aquí el rol de
socializadoras de las madres es CLAVE: los niñ@s criados por padres del mismo
género o que viven cuidado infantil por parte del padre suelen ser más
renuentes a admitir los estereotipos de género.
Roles Sexuales: están determinados por el sexo biológico,
por ejemplo, la menstruación, embarazo o erección, aunque son influenciados por
las normas y valores culturales.
Valores: son aquellas creencias que la sociedad
valora como deseables o buenas.
Normas: Parámetros de comportamiento
que tienen aceptación social.
Reglas: Modos de llevar a la práctica las
normas teóricas
Roles de Género: expectativas sociales creadas en torno
al comportamiento de lo que se espera de una mujer o un hombre. En este
contexto se concibe al hombre como el patrón
de comparación, el modelo de lo
deseable, frente al que se compara al otro grupo, las mujeres que parten en
desventaja. Contienen autoconceptos psicológicos, papeles sociales,
familiares o políticos.
Poder: Proceso por el cual las personas o
grupos ganan o mantienen la capacidad
para imponer su influencia sobre otros. La inseguridad es la base de la
necesidad de poder y de control: ansiedad de controlar nuestras vidas, y
para reducir la disonancia, está la táctica de la sumisión o la del control,
sobre quién considera menos poderoso, y su dominación crea la ilusión de poder.
Los estereotipos son
simplificaciones de los fenómenos, y eso facilita la adaptación, pero anulan o
deforman su conocimiento cabal. Los que hacen referencia a los atributos deseables
para cada género: ambición (un hombre ambicioso, una mujer ambiciosa),
frivolidad (un hombre frívolo, una mujer frívola), seducción (un hombre
seductor, una mujer seductora), etc, se han ido formando en el marco de un sistema
social patriarcal arcaico, que identifica el mundo de la mujer como privado, marca las reglas y se maneja a través
de las emociones, y el del hombre como público, impone las normas y maneja el
poder.
El poder se ejerce mediante el control de recursos.
Cada género o grupo cultiva y protege sus propios recursos, buscando capturar
los recursos del otro grupo[iii].
Ningún grupo está dispuesto a renunciar a su poder, por lo que empleará
diversos medios para mantener su influencia.
El grupo más poderoso impone sus demandas; el menos poderoso desarrolla formas para subvertir los deseos del primero. Cuando éste controla las principales institituciones de la macro– manipulación: la ley o la influencia externa. Los menos poderosos, marginados del poder, se vuelven expertos en micro–manipulación y emplean su astucia o destrezas para neutralizar el poder del más fuerte. Pero también contra sí mism@s, cuando la inseguridad les hace valorarse en función de los patrones de quién ostenta poder, y a sus congéneres…por ilusión o rivalidad.
Tod@s sabemos que las reglas pueden cambiar el sentido de las
normas y adaptarse de cara al exterior y cambiar el sentido hacia el
interior; entonces subvierten y puede ser un chiste divertido, pero si
se mantienen en este nivel, sin exigir
alcanzar rango de norma, se limitan a
pervertir el juego, sin cambiar la
dinámica del poder y ponen en riesgo el equilibrio psíquico de las
participantes, por someterles a un juego de doble vínculo, esquizoide.
El control y el
sometimiento son elementos básicos para sostener y reproducir el ejercicio del
poder, y si persisten estas diferencias es porque mujeres y hombres interiorizan de forma automática esos estereotipos. No es sólo es el hombre,
sino la propia mujer, la que se ajusta a
un comportamiento, que no refleja sus características, ni sus
creencias. Este sometimiento también le genera rabia y también pasa facturas para reducir la tensión del conflicto de lealtades entre la adaptación social y su coherencia interna. Pasa facturas de
terrorismo emocional, hacia su propia salud mental y emocional, hacia sus
congéneres-rivales y relaciones de género degenerativas.
La forma más
sofisticada y sutil de extender el poder
machista está en la vida social, a través de frases o chistes “inocentes” y
“sin ánimo de ofender” pero que ridiculizan a las mujeres, comentarios de doble
intención, para insinuar mala reputación o aludir a logros alcanzados por “endemoniados”
encantos femeninos, la culpabilización por su comportamiento, su personalidad,
su forma de vestir: la viuda alegre, la sexy…y es que “van provocando” luego se quejan de que las violen.
Demasiadas mujeres, incluso progresistas, participan de esta clase de conversaciones machistas difamantes y asienten encantadas, como si la presencia de hombres las transformase y, abducidas por alguna variante del Síndrome de Estocolmo, concuerdan cuando de lo que se está hablando es que un hombre se arroga el poder de catalogar, juzgar, y sentenciar SU GENERO con el objetivo de ejemplificar, para que nadie ose contravenir el poder.
Ese es el primer
nivel de maltrato de género, el llamado control social y se ejerce tolerando, y apoyando estereotipos
de género descalificador, que se camuflan entre la cotidianidad, son fuente de
risa y bromas…pese a la sospecha de que se comete una injusticia y se fragua un
drama mayor y más profundo. Se trata de aislar
a la persona, descalificar sus vínculos, eliminar el feed-back positivo y limitar
la influencia aceptable a sus agresores. Es violencia moral y se usa con total
impunidad y, en dos pasos más se llega a
la crónica de sucesos…“Sin querer ofender a nadie”, estamos como al
principio: “la expulsión del clan”.
El SI o el NO, de la asertividad femenina no son
provocaciones, ni amenazas y no necesitan disculparse... Confrontar
las actitudes que están en los estereotipos de género nos conviene a TOD@S. ¿Qué
tal si vivimos el sexo con sana alegría? ¿Cambiamos miedo/poder por
amor/respeto?
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