El
nacimiento de un nuevo ser supone una experiencia luminosa, un éxito del
universo en su afán por replicar el milagro de la vida, y también debería serlo
para los padres, para la familia y para la sociedad, que renuevan sus esperanzas
de futuro y su responsabilidad con las condiciones del presente que lo
posibiliten. Pero muy a menudo se dan casos de nacimientos en condiciones de carencia
material o emocional que condicionan el desarrollo psicológico de los
individuos.
Las
condiciones emocionales y materiales del embarazo y del parto, el nombre del
que se dota al nacido y el sostén emocional que recibe a través de las fases de
su desarrollo: infantil, púber, adolescente y joven, hasta que se hace adulto,
suponen avatares trascendentales para una individuación sana y equilibrada. Al
llegar a la adolescencia, con los caracteres sexuales, se vive otra forma de
nacimiento, el paso a la vida adulta.
A
través de la genética también se traspasan miedos, deseos, intenciones de la
memoria familiar; la estructura de personalidad que aporta el clan. Si los
mensajes son negativos: porque no es deseado, porque hay un shock emocional
grave durante el embarazo o el parto, si no es deseada como hombre o mujer, si está en un triangulo con sus progenitores, etc
son asimilados como órdenes contrarias al triunfo de la vida, y las estructuras
sutiles lo perciben como un bloqueo a su realización como personas.
Estas
estructuras mentales: sortilegios, maldiciones, embrujos, etc con la ayuda de las neuronas espejo, forman cuerpos
inmateriales, que en un ejercicio de narcisismo obsesivo, copian la mentalidad de
los progenitores y del clan, y colonizan la individuación de la siguiente generación, en un ejercicio de barbarie psicológica traumatizante.
En
estas circunstancias se impone un trabajo de alguna forma de terapia, para
limpiar el psiquismo infectado por estas inhibiciones, por medio de aportes de energía emocional y espiritual liberadora...para que de la oruga del clan pueda emerger la
mariposa de nuestros propios colores
Bibliografía: El collar del tigre. Cristóbal Jodorowsky
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