Art: Le Printemps (The
Spring) by Odilon Redon
Si en el primer nivel, la violencia se
ejerce elevando a público comportamientos y libertades de la esfera privada,
con el ánimo de ejercer poder por influencia, ejemplificar el cómo tienen que
ser las cosas y las consecuencias de contravenir la norma socia, en el segundo
nivel, la agresión se encierra en la burbuja del ámbito doméstico: la persona
ha sido aislada de los círculos sociales que pueden contradecir los juicios de
quién quiere controlarla, que ya se ha encargado de hundir la reputación de las
personas que considera peligrosas por medio de descalificaciones de corte moral
que han sido apoyados públicamente.
Ahora la víctima ya desconfía de sus
redes sociales, de sus amig@s, de su familia…”porque son personas que no
merecen su aprobación”. El agresor, que se ha erigido como juez de tod@s, con
la venia social, sin embargo la elige a
ella para ser su objeto de amor…Entonces, las personas que han sido sentenciadas
por la moral de su agresor suponen un peligro, y mantener esas relaciones
conlleva el riesgo de que a ella le pase lo mismo: ser juzgada y agredida
moralmente.
Y comienza la labor de minar su
auto-estima en el ámbito doméstico, sin público y sin nadie que le contradiga.
Ahora empiezan las descalificaciones hacia sus logros, hacia su actividad
cotidiana, hacia su aspecto, hacia sus gustos…se trata de hacer “luz de gas”,
como en la célebre película de Charles Laughton, La noche del cazador.
Es una labor de demolición de los
esquemas y la personalidad de las personas a través de un maltrato psicológico
continuado, trufado con algunas píldoras de halagos superficiales y de refuerzo
de las respuestas de sumisión a los deseos del agresor.
Es una dinámica de “una de cal y otra de
arena” con un diseño estratégico perverso.
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